Siempre que estamos
delante de niños hablamos con cuidado, porque no queremos que ellos aprendan palabras
incorrectas o porque no queremos que las pronuncien sin control y puedan
hacernos pasar vergüenza en cualquier momento. ¡Claro! Los niños dicen
muchas cosas sin detenerse a pensar en el efecto que puede causar el hecho de que
las pronuncien en un determinado contexto. Somos conscientes del gran poder de nuestras palabras.
Así son las palabras para nuestra vida, nuestra
vida toma la acción que tienen las palabras que decimos. Es por eso que pensar antes de hablar tiene mucho sentido, pues nos evita
muchas situaciones incómodas y desagradables.
El poder
de nuestras palabras es tan grande que con ellas podemos crear o destruir.
Las
palabras tienen el poder de crear y de destruir
Nuestras palabras tienen
el poder de crear y el poder, también, de destruir. El mejor ejemplo de esto lo
podemos apreciar en una amistad o una relación. Cualquier palabra fuera de lugar o que pueda generar
algún tipo de malentendido, quizás provoque la ruptura de ese vínculo.
Incluso la ausencia de
las palabras puede ocasionar algún tipo de problema. En las relaciones de pareja,
sobre todo, la comunicación es sumamente importante. Sin embargo, siempre hay
algún secreto o algo que no se le cuenta a la pareja “por su bien” y que
termina derivando en una serie de conflictos muy difíciles de abordar y
superar.
Pero, el poder de nuestras palabras es mucho más
poderoso. Su capacidad de crear y de
destruir también es aplicable a nosotros mismos. No escucharnos,
dedicarnos afirmaciones negativas y reprimir lo que deseamos decir son algunas
de las múltiples maneras en las que nos haremos daño, nos sentiremos frustrados
y en las que, tal vez, consigamos alimentar una baja autoestima.
Abandona
las palabras de “esto no me queda bien”, “qué mala cara tengo hoy” o “no sirvo
para nada”. Intenta dedicarte palabras bonitas a ti mismo, porque si tú no lo
haces, ¿esperas que los demás sí lo hagan?
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